El océano nunca dejará de sorprendernos. En zonas del Caribe, por ejemplo, a vista de pájaro de perciben unos lunares que convierten las claras aguas del mar en puntos de azuloscuro(aveces)casinegro. Se trata de los llamados agujeros azules, en claro paralelismo con ese término tan célebre de la astronomía de los agujeros negros. El paralelismo va más allá del mero nombre: si se ha especulado con que los agujeros espaciales pudieran permitir viajes en el tiempo, los científicos saben que sus primos oceánicos de hecho nos transportan. ¿No os lo creéis?
En primer lugar hay que matizar una cosa. Los agujeros azules no sólo se encuentran en el entorno caribeño sino diseminados por todo el planeta. Pero es en las proximidades de las islas Bahamas donde topamos con la mayor concentración de ellos, así como con algunos de los más espectaculares.
Lo que observamos en los bordes de la isla más grande, Andros, por ejemplo, es un considerable número de oquedades o sumideros que cruzan los arrecifes de coral. Si la belleza está en el detalle, el misterio viene por la tonalidad. La diferencia de intensidad entre el azul clarísimo de las aguas en derredor y el azul cobalto del agujero le da un no sé qué de inquietante que explica que muchos pescadores decidiesen evitarlos.
Porque las historias adheridas a los agujeros azules han sido numerosas. Leyendas de monstruos marinos o pulpos gigantes que se llevaban a los marinos a los fondos oceánicos. Fue en 1958 cuando, en un intento de racionalizar el asunto y dejarse de terrores mitológicos, el espeleólogo George Benjamin comenzó su estudio de una cuarta parte de los cerca de 200 agujeros que tal vez existan.
Luego Cousteau también se interesó en los años setenta. De esas exploraciones sabemos que los agujeros pueden superar el centenar de metros de profundidad y casi alcanzar el medio kilómetro de diamétro. Parecen de origen kárstico y formados al ritmo que marcaron las glaciaciones. Es decir, y resumiendo, que hace mucho tiempo eran zonas no sumergidas, inundadas finalmente por el aumento del volumen oceánico cuando los glaciares se convirtieron en grandes cantidades de agua.
Como fuera que fuese, lo cierto es que en algunos de los agujeros azules los investigadores han encontrado restos fósiles que no esperaban, volviendo a poner sobre la mesa la difícil ubicación de las especies conocidas en tiempos pasados. Y más allá de la ciencia, siempre nos quedará el hermoso golpe de efecto que los agujeros azules, esos lunares del océano, provocan en el ánimo del espectador.